Por Jesús De Pablo Becerra
Por Jesús De Pablo Becerra

Ya no cabe duda alguna acerca de la existencia de un resurgimiento populista en nuestro asi como en América Latina, aunque a través de los tiempos podemos claramente comprobar la presencia de esta corriente recurrentemente, aunque  no sea de carácter positivista ha sido claramente muy popular entre quienes han detentado alguna forma de poder. Los éxitos personales de algunos de gran notoriedad, no sólo han significado la expresión de un pueblo postergado y marginado; también han realzado liderazgos personalistas, llegando a caer en un culto a la personalidad que ha exaltado a éstos por su capacidad para imponer sus medidas sobrepasando la legalidad.

                En Chile, una vez más, nos sentimos ajenos a estos vaivenes. Como si tuviéramos un “limes” que salvaguardara nuestra civilización del “primitivismo” de nuestros vecinos y nos apartara de la “América bárbara”, tendemos a comparar la solidez e impersonalidad de nuestro sistema de partidos con el de Europa Occidental. El mito de la “excepcionalidad chilena” siempre ha sido fuerte entre nosotros, constituyendo quizás una clara muestra del narcisismo como una característica inherente del ser humano.

              Lo cierto es que, el populismo es una corriente que no ha estado ajena al devenir de nuestra historia política nacional. El populismo puede ser definido como un movimiento político reunido en torno a un líder carismático, quien, identificándose con la totalidad del pueblo, pretende congregar grandes masas de adherentes. El nacionalismo populista tiende a asimilar el concepto de  patria con el de pueblo, pretendiendo extraer su legitimidad de dicha fuente. En el marco del populismo, la definición de pueblo apunta a las grandes mayorías, representadas por la gente común, y a sus tradiciones, en las que residiría la virtud. Estas características inciden en que el populismo tienda a la integración social y llame a la cooperación entre clases. En esta versatilidad populista incidiría su laxitud y eclecticismo ideológico.

               Los movimientos populistas poseen un fuerte componente de moralismo, orientado sin duda hacia la redención social, y tienden a identificar a sus enemigos como fuerzas perjudiciales de carácter antinacional. El narcisismo presente en dichas posturas esencialistas hace que el populismo, a pesar de su carácter integrador, se acerque hacia actitudes netamente autoritarias. Por esto, si bien no es necesariamente antidemocrático, sí es antiliberal.

              Si observamos nuestro pasado podremos apreciar que la adhesión mesiánica a liderazgos autoritarios ha sido una constante en nuestra historia contemporánea y reciente. A la vez, buena parte de las condiciones para el surgimiento de liderazgos populistas están presentes en nuestra sociedad. Vivimos en un contexto social en el que si bien ha existido cierta movilidad, aún se mantienen importantes niveles de marginalidad y pobreza. Al mismo tiempo, la existencia de un sistema electoral excluyente, que no permite la incorporación de voces disidentes y los altos niveles de abstención y auto-marginación, revelan cierta indiferencia a los referentes ya institucionalizados de representación política. A esto hay que añadir la molestia que pueden generar los crecientes casos de corrupción en la administración pública, en torno a la cual se ha acoplado una constelación de organizaciones no gubernamentales, consultores y asesores, que han transformado al estado en una suerte de “modo de vida” y que puede resultar intolerable a la vista de quienes se han visto excluidos de los beneficios.

              Estos versos no constituyen predicciones alarmistas, sino más bien, un llamado consciente de cuidar nuestra democracia como un estado tremendamente valioso, el cual bastante costó recuperar, pero que aún no es valorada por importantes grupos de ciudadanos indiferentes, iterantes de movimientos fracasados, o incluso ciudadanos desafectos.

               En nuestro país el ambiente se ha enrarecido cada día más, por ello resulta de absoluto interés aportar hacia un gran encuentro de reflexión, y diálogo de la comunicación política chilena, con el claro objeto del estudio de los fenómenos que han invadido el quehacer político nacional, medio en el que están inmersos diversos actores, unos con mayor relevancia que otros, y por cierto la ciudadanía toda sin excepciones. Los fenómenos referidos son todos aquellos que están impactando a dichos actores mediante códigos innovadores y expansivos.

              El tema está en un proceso en auge muy importante, y lo vemos en la  política y sus actores quienes se han dado cuenta que la comunicación es una de las dimensiones más importantes y de mayor valor de su ejercicio, y que la profunda transformación del ecosistema mediático y las formas culturales de socializar y producir los contenidos persuasivos, tienen características muy singulares que requieren de nuevos paradigmas y profesionales. Son muchos los temas que hoy día se tratan, pero por supuesto uno que nunca pierde vigencia es intentar entender las claves de los procesos electorales. En este sentido, el escenario digital es fundamental, sobre todo con una inversión electoral restringida, nuevos distritos y una ciudadanía muy agotada con las formas tradicionales de hacer política. El otro gran tema, es el referido a la comunicación gubernamental, un desafío transversal a todas las naciones globales. El cómo generar consensos, adhesiones, influir en la agenda, conectarse con los proyectos ciudadanos y generar instancias de participación que impacten en la vida cotidiana de las personas, por cierto que más allá de la retórica.

              El populismo, lo entiendo antes que todo como una relación comunicacional de carácter socio-político-cultural que es parte de los tejidos populares que viven y se auto-perciben en escenarios de exclusión y/o vulnerabilidad, y que actúan desde lo colectivo para ingresar a la política con el objetivo de establecer un posicionamiento simbólico  e influencia en sus escenarios. El populismo es una expresión política que llena muchos vacíos mediante la comunicación, su lógica es la de interactuar y a su vez producir la confrontación, por lo que va cambiando y adaptándose a las tecnologías y a la gran plataforma de interacción dominante y estratégica que en la actualidad es la arena digital. Por tanto, hablar hoy de populismo es hablar de lo digital, como antes fue lo televisivo, lo radial, lo cinematográfico, los periódicos sensacionalistas, y asi sucesivamente según se trate del momento político vigente.

               En el transcurso del tiempo podremos ver sin duda alguna el efecto nocivo del populismo, que junto a otros fenómenos presentes han ido derrumbando los paradigmas de los procesos democráticos, aunque resulta aún muy aventurado sacar conclusiones. Lógicamente, el escenario está abierto y si bien se tiende a pensar que el populismo es sólo un líder carismático, en la práctica el populismo es una red o comunidad que ha encontrado muchas facilidades para articularse desde lo online. Es esa red la que irá decidiendo cómo negociar con su representante para buscar la influencia en el sistema político.

              A la luz de los hechos precedentes resulta muy factible plantear que los populismos siempre han estado en nuestra política. No tiene mucho sentido demonizarlos o sacralizarlos, sino que ingresar en la comprensión de sus narrativas para cualificarlos y cuantificarlos si pueden ser puentes de posibles redemocratizaciones, o deriven degenerando en proyectos que sólo se queden en el efectismo mediáticos de una comunicación política posmoderna.

                Por cierto que cómo fenómeno, en el futuro inmediato de nuestro país, hacer una predicción de su proyección real en la actualidad resulta muy difícil. Más como es del interés de muchos, una veraz y sensata impresión es que se intensificará un escenario donde las campañas negativas, la posverdad y la volatilidad electoral que estamos observando, abrirán ciertos espacios para un tipo de populismo que puede ser mucho más nocivo para la realidad nacional, que al menos podría ser de carácter mesiánico-emocional que prescindirá de los proyectos inminentes en cada caso, y que planteará solo fórmulas de inmediatez. 

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