Con incredulidad y sorpresa hemos seguido los tristes sucesos acaecidos en nuestro país, cuyos protagonistas han sido diversas instituciones, muchas de ellas admiradas y hasta ese momento, prestigiosas. Hemos visto como se desmoronan fortificaciones castrenses, civiles, de justicia, religiosas, etc. Y nos damos cuenta que al parecer estamos imbuidos en un mundo lleno de maldad, corrupción, mentiras y otras condimentos que hacen de esta parte de la historia, algo extremadamente delicado y penoso.
Lo último que nos ha sorprendido, por decir algo, porque claramente ya nada nos puede sorprender, son los hechos acontecidos con el Obispo Durán, una persona que ha hecho de la religión y sus feligreses un negocio suculento y lucrativo en el nombre del Padre, mostrándose como un inmaculado representante del “señor” y casi un ángel en la tierra y muestra de ello fue aquella famosa carta dirigida a los hermanos de la catedral, en la que señalaba “quien me nombró acá como obispo a cargo de la congregación, no fueron los hombres, sino que Dios”, nos hace preguntarnos, como es posible y hasta donde llega la capacidad de algunos personajes para manipular sus actos y las consecuencias de estos, para mantener esa postura de seres inmaculados y casi celestiales frente a aquellos dóciles ingenuos, que han confiado hasta lo más profundo de sus historias a individuos como estos, que solo buscan con ello, aprovecharse de la ferviente religiosidad de un pueblo cristiano que trata de actuar siempre de acuerdo a las escrituras. Casos como este, se han repetido incansablemente a través de la historia de la humanidad, embustes, sometimientos, asesinatos, genocidios y tantos otros actos deleznables que se cometieron “en el nombre del Padre” y todo para justificar que estas acciones eran necesarias porque así lo decía el señor, con las consecuencias por todos sabidas, lo que ha dado pie a la aparición incansable de personajes como el pastor Durán, me pregunto yo, que señor será ese al que se refieren, que permite tanta maldad y mala intensión en aquellos que debieran estar llamados precisamente a lo contrario?.
Por otro lado y en esta lucha incansable de contar con el beneplácito y cercanía del todopoderoso, las iglesias, sus padres y pastores han desgastado hasta sus más profundos trasnoches, en buscar la mejor estrategia para captar más adherentes, ojalá dóciles pecadores que permitan instalar a estas iglesias como lugares donde vive la verdad, instituciones que hoy vemos caer y siguen cayendo de ese lugar de privilegio del que gozaron por tantos años y que hoy personajes como los obispos que conocemos se han encargado de romper la cornisa que permanecía tan firme, como sus propias creencias. Desde ese punto de vista cabe manifestar entonces, que los actos protagonizados por sacerdotes, pastores u obispos, son situaciones más profundas de lo que parecen, ya que si al seno de una institución jerárquica y disciplinada como las iglesias ocurre este tipo de situaciones, es muy difícil creer que son hechos aislados de algunas ovejas descarriadas, como muchas veces se quiere hacer creer. En fin, con estas acciones y algunas conclusiones, entonces se hace importante decir, que las iglesias no son más que instituciones humanas que distan mucho de lo celestial y que lamentablemente, al parecer ha llegado el momento de dar malas noticias con respecto a su accionar de siglos, ya que recordemos que estas instituciones han luchado entre sí, para quedarse o apropiarse del señor, Cristo, Jesús o como quieran llamarle durante muchos siglos, pero lo que queda más claro, con las últimas actitudes de los pastores, es que definitivamente, Jesús, el señor o quien sea este personaje benevolente no es ni ha sido nunca ni Católico ni evangélico y si existía algún rango de duda al respecto, con las muestras que se dan desde estas instituciones últimamente, más claro echarle agua.
En fin y según el descaro de algunos, no sería raro leer una nueva carta del pastor Durán donde nos diga que la culpa de todo lo que ocurre hoy, con los dineros, propiedades, etc., es de aquellos hombres del siglo sexto, por allá por el año 500 a quienes se les ocurrió la “mala idea” de cobrar Diezmos, y todo… en el nombre del Padre.
Jack Regal