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Hace algunos días los medios de comunicación pusieron sus ojos en el suicidio de un joven de 17 años, estudiante del colegio  Alianza Francesa, que fue sorprendido portando marihuana al interior del establecimiento. Una noticia donde todos tienen una opinión y cuyo debate se ha centrado en cómo proceder ante tales situaciones.

De todas las apreciaciones vertidas, hay dos interrogantes que se han posicionado en la discusión pública: ¿los colegios deben reportar de inmediato a Carabineros o a la Policía de Investigaciones, o bien, el primer llamado de alerta debe ser a la familia de los jóvenes en cuestión?

El debate es amplio y las aristas múltiples, pero sí pareciéramos coincidir en que lo importante es avanzar en establecer protocolos que resguarden la integridad de los jóvenes.

Más allá de ello, que parece de perogrullo, lo cierto es que las juventudes de hoy conocen y acceden a las drogas con inmensa facilidad; esa aproximación tan temprana, no sólo responde a la esencia de la generación millennial de buscar, constantemente, nuevas experiencias, si no que en muchas ocasiones el evadir el entorno o “borrarse” surge como una necesidad.

Sin ir más lejos, según el último sondeo realizado por el Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) denominado Percepciones sobre el consumo de drogas y exposición a situaciones de riesgo, un 10% de los jóvenes encuestados afirmó que en los últimos 12 meses ha perdido la memoria o la consciencia luego del consumo de alcohol.

Entonces el desafío es claro, cómo logramos articular una red donde tanto el Estado, la familia, los establecimientos educacionales y demás actores, trabajen de manera sistémica, cada uno desde la responsabilidad que le compete, para detectar, contener, apoyar en el corto y largo plazo, a un joven que tiene un consumo problemático de drogas.

Sin duda que la principal contraparte y más importante en los temas valóricos, de información y de educación es la familia. Este primer círculo cercano cumple un rol fundamental.  En el mundo de hoy, en el que las familias ven reducidos sus tiempos de encuentro, y casi no existe una conjugación entre los intereses personales, familiares y laborales; se minimizan los espacios de dialogo con nuestros hijos. Esto muchas veces lleva a la desinformación sobre diferentes temáticas que los afectan directamente, por ejemplo, sobre el consumo de alcohol y drogas.

La educación dentro de la familia, de los establecimientos educacionales y a través de la comunidad, es clave para ayudar a comprender estos riesgos e instruirlos de buena forma sobre las temáticas que concitan su interés. Las juventudes nos exigen atención, directa o indirectamente, y debemos estar a la altura.

 

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